miércoles, 17 de marzo de 2010

► Defensa del piropo

El otro día recibí una noticia extraña. Resulta que, en nombre de la modernidad, los ejecutivos de algunas empresas constructoras decidieron emitir un instructivo. ¿El propósito? Que los maestros terminen con la costumbre de piropear a cuanta mujer pasa por las calles.

Debo reconocer que, en un primer momento, la medida me pareció acertada. Qué bueno. Basta de cumplidos improvisados, algunos bastante subidos de tono y otros, francamente, irrepetibles.

Por supuesto que todos estos pensamientos (como también las potenciales medidas de las constructoras) nublaron mi mente antes del terremoto del 27 de febrero.

Luego del fuerte remezón, las prioridades de todo tipo se reordenaron. Y yo también entré en razón.

¿Cómo, en nombre de la mal llamada “civilización”, íbamos a terminar de golpe y porrazo con una tradición galante fuertemente arraigada en el corazón del pueblo chileno? ¿Cómo romper con el halago espontáneo e inocente que tantas compatriotas reciben como un bálsamo para su espíritu mientras caminan estresadas por las calles?

Probablemente, las jóvenes de 20 años o menos no comprendan mi defensa del piropo callejero (siempre que no sea grosero, claro). Ellas aún conservan la belleza propia de la juventud y lo más seguro es que estén aburridas de cumplidos y frases coquetas. Sin embargo, más temprano que tarde entenderán el sentido de esa frase tan delicada como tremenda: “Ya no es un lirio” (léase: “Ya es una vieja”, con suerte, bien conservada). Entonces sabrán que la picardía del roto chileno, esa a la que no le importan rollos ni arrugas a la hora de celebrar la belleza femenina, es un bien invaluable de la Patria. Casi un monumento nacional.

Además de las razones propias de la edad, he llegado a esta conclusión luego de escuchar a unos maestros que levantan un segundo piso al lado de mi casa. Parten a las ocho de la mañana en punto y pongo las manos al fuego de que jamás he escuchado groserías o malas palabras. Sólo música cebolla (bastante Camilo Sesto y temas de Sandro Q.E.P.D.) y frases encaminadas a cimentar la autoestima de la mujer chilena.

Ya una vez escribí que cuando estuve flaca como galgo y nadie daba un peso por mí, unos obreros me gritaron desde un edificio mientras alimentaba a unos quiltros “¡Qué lindo el huesito para el perrito!¡Quién fuera can!”

Se agradece.

Sobre todo en estos momentos complicados para el país, cuando cientos de cuadrillas deberán salir a las calles a reconstruir puentes y edificios, el tradicional piropo del maestro de la construcción cobra una importancia insospechada: levantar la moral de la mitad de Chile.

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