miércoles, 18 de noviembre de 2009

► No hay como la casa

El cine –como en todo ámbito de la vida- ha instalado en el inconsciente colectivo lugares en donde es “grato”, “erótico” y “estimulante” hacerlo. Nos ha enseñado que los ascensores son maravillosos, que los baños de los aviones producen sensaciones ardientes y que los parques europeos –véase Antes del Amanecer- son como el más privado patio de nuestra casa para albergar uno que otro revolconcillo que no será interrumpido por nada ni nadie. Ni perros queriendo orinar, ni guardias , ni transeúntes.

Pero a mí en lo personal no se me ocurriría tener sexo en un ascensor porque algunos tienen cámara y nunca se sabe cuando se abre la famosa puerta y te descubre una vieja pechoña que es capaz de desmayarse porque vio tu traste. Tampoco se me ocurriría el baño de un avión porque es todo tan aséptico y plástico y chico que podría convertir en plástico el miembro del galán, o dejarte pasada a jabón, qué sé yo. O qué decir de la cara de la azafata si te pilla y si el snak que trae en su mano salta al wáter y a tu entrepierna. Tal vez me tincaría el parque europeo, siempre y cuando no sea invierno para no congelar mis partes y las de él. O sea si el galán ya lo tiene pequeño (su pene) se reducirá al menos uno con el frío europeo y todo por no hacerlo en un espacio con paredes, llámese casa, hotel, hostal, pensión.

Por eso, y aunque de vez en cuando es rico hacerlo en lugares extraños que eleven nuestra adrenalina por el miedo a ser descubiertos, no hay como la casa. La casa es más que una casa, es un templo de la pasión.

Luego de la cama, lugar tradicional, está el baño donde podemos sentarnos en el lavamanos con las piernas abrazadas a la pelvis de él. El wáter, taza de baño, excusado o inodoro (siempre y cuando tenga una buena tapa que resista y no se rompa o se desnivele, sería lo peor). O la tina, que es como una cama del ártico, toda blanca y helada, pero si está seca, más de algún momento cool nos puede entregar.

Tenemos la cocina, para la que gusta de embetunarse con comida; miel, frutas, rozarse con cubos de hielo, llenarse de crema chantilly y todas esas variedades culinarias.

Y en el living contamos con la alfombra, rico; el sofá, rico; mesa del comedor, más o menos rico. O algo que está más allá: la escalera y sus peldaños, que de verdad es bien erótica. Si hasta el menos sexy se ve sexy en una escalera, además se “va” como por nivel. Estamos en un peldaño y quedamos al frente de sus labios, y en otros peldaños podemos ir acercándonos a sus brazos, piernecitas y tanta cosa. Ahora sí, ojo con los moretones en la escalera, no es llegar y hacerlo, la escalera tiene su dificultad, es un lugar que hay que saber ocupar.

Y así, nuestra casa tiene múltiples posibilidades, todo depende de las ganas y el ingenio. Mire su casa y piense en sus rincones. Cuando su suegra la esté lateando con alguna conversación, ocupe el tiempo y piense en qué nuevo lugar puede ocupar para tener un encuentro hot con el hijo de la señora. O cuando sacuda algún mueble el domingo, piense en qué otra utilidad se le puede dar. No sé si es mejor que ir a un hotel caro con piezas ambientadas, pero la casa tiene esa gracia de que es nuestra, la conocemos, y no hay como darle una segunda funcionalidad a todo.

Yo por ejemplo, tengo una maña, me encanta hacerlo en el piso. En el piso del dormitorio, en el piso del pasillo, en el piso del comedor. Aunque una vez me pegué un cabezazo en la cocina, léase piso de cerámica. Eso no se iba a incluir en la columna, pero bueno, soy franca. Más que ojo con la escalera, tenga ojo y cuidado con la cerámica de la cocina. Puede perder la memoria con un golpe. ¿Qué era lo que estaba haciendo ahí? ¿Sexo? No, yo no.

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