lunes, 21 de septiembre de 2009

► Hay tipos bien fanfarrones

Bien de ociosa un día en la tarde me dio por hacer zapping. Un poco de teleseries por acá, un poco de Simpson por allá, y en medio de la programación chilena, tan variada, encontré un late show juvenil que presentaba a cierto personaje algo curioso. El hombre se sentaba con propiedad, bien echado para atrás y decía con un tono fanfarrón a la conductora: “Yo le doy toda la felicidad a mis parejas, señorita. A mí me dicen ‘La Máquina’, yo le puedo hacerle el amor bastante seguido, si imagínese que lo he logrado hasta cinco o seis veces por noche y mi cuerpo ha respondido terrible de fenomenal”.

También dijo: “En el barrio toda la vida me han llamado así, porque las chiquillas quedan locas, yo le puedo hacerle el amor a una y al otro día a otra y así todas las veces que usted me lo solicite”. Mmm. Tremenda historia. Todas las chiquillas del barrio quedaban locas. ¿Qué era eso? ¿Un replicante de la película Blade Runner, construido para realizar sesiones de sexo en serie? No pues, no tenía cara de replicante, solamente, y que me perdone la animadora del late que le creyó hasta el último suspiro, su entrevistado tenía cara de persona con imaginación.

En mi curso de la universidad había una especie de ese mismo tipo, (bueno lo debe haber en todas partes) la especie llamada ‘fanfarrón’, y el fanfarrón no es que ande por la vida pensando que miente, probablemente esta especie del ser humano, así como los mitómanos, cree en sus fanfarronerías. Que se “metió” con una, que se “metió” con otra, que la mechona de periodismo lo acosaba, que la mechona de sicología sabía que él era un campeón en la cama, o mejor dicho, un ‘toro’. Ahora no sé qué ‘toro’ galantea sólo a vacas menores para quedar siempre como ‘experimentado’. Los toros, supongo, son menos chantas.

Hasta que un día al ‘toro’ le llovió sobre mojado. Una niña, de dos cursos más abajo que nosotros, se enteró que este faquir del amor la nombraba siempre como una de sus conquistas, y la muchacha se acercó a nosotros y lo encaró ahí mismo, diciéndole que era un mentiroso, porque ella jamás lo había inflado. Segundo acto, todo el curso con ataque de risa y las mejillas enrojecidas del increpado. La verdad lo había devastado. Pero me acuerdo que la vergüenza le duró poco, porque este tipo era creativo y con el tiempo dejó de decir que tenía sexo con toda la facultad y comenzó a contar cosas harto íntimas, pero que nadie podía refutar en su cara, como que podía hacerlo toda la noche sin eyacular, que había llegado a hacerlo ocho veces en una noche y en fin. Un toro. Es más, un campeón. Un ser nacido para entregar felicidad al sexo “débil”.

Bueno, el campeón todavía está soltero y por lo que he sabido es medio fanático de conocer chicas por Internet y vivir de la seducción en el chat. Eso debe ser, porque le permite seguir creando ese personaje de ficción pintado para el cine chileno: el semental. Lo hago mil veces. Todas mueren por mí. A esa no la pesqué. Me dicen sex machine. Las tengo a todas locas. ¿Ven esa niña? Fue mía. Ninguna se ha quejado. Cuando lo hagan conmigo van a saber lo que es bueno. Y bla, bla, bla. So much!!!

“Sabe, señorita, -terminó afirmando el entrevistado del late show -esta cuestión de ser bueno me vino a mi solito, nadie me enseñó. Por eso hasta en mi familia me admiran. Soy güeno pa’ la cama. No paro y dejo con una sonrisa de oreja a oreja a las cabras del barrio, sino pregúntele a la Yesenia… Pero no falta el loco que no le cree a uno, de puro envidioso.”

Eso era, claro, el tipo me daba “pura” envidia. Por eso no le creía. Valor!!!

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