miércoles, 8 de julio de 2009

► Onces Completas

Siempre, cuando tenía que celebrar algún evento importante de mi vida, mi mamá me llevaba a un buen salón de té a tomarme una once completa. Eran increíbles, porque te servían de todo: tostadas llenas de mantequilla, chocolate caliente, torta y helado, Además, los mozos eran guapos y elegantes, sólo andaban de blanco, con corbatín, el pelo bien engominado y te decían “señorita”. Me encantaba ser parte de esa formalidad, como también me gustaba escuchar el ruido de los cubiertos, las risas de la gente y ver las mesas humeantes con cafés y cigarrillos.


Y justo por aquella misma época, recuerdo, me gustaba un chico, que no encontré nada mejor que invitarlo a una once completa. Aún no lo olvido. Era un amigo de mi mejor amigo, que frecuentaba día por medio la casa de él y siempre usaba unas poleras rayadas que me encantaban. Se llamaba Ignacio y apenas se lo propuse, no se hizo ni por un segundo de rogar. De hecho, hasta llegó a emocionarse cuando le conté de los sendos pedazos de torta y los helados que le servirían. Nos pusimos de acuerdo para ir ese mismo domingo. Todo andaba sobre ruedas, pero justo, de improviso, se presentó un tremendo obstáculo en el camino: mi nana. Dos días antes de nuestra cita, mi mamá me exigió que la llevase conmigo, para “salvaguarda” mi reputación (estaba convencida de que si me daba permiso para salir sola, teniendo sólo 12 años de edad, todo el mundo pensaría que era una “suelta”). Pero me daba lo mismo lo que pensara la gente. A mi lo único que me importaba era mi galán diminuto. ¡Si llegaba hasta a soñar con él! Me imaginaba en un salón de té ultra cursi y romántico, chocando nuestras tazas y adulándonos mutuamente nuestros peinados de “mini lolos”. Pero yo ya sabía que nada de eso sería posible en presencia de mi nana. La rolliza fea y bigotuda estaría todo el tiempo molestándonos; eso era tan seguro, que armé un mañoseo escandaloso lo suficientemente inolvidable como para que mi madre finalmente cediera. Y lo hizo: mi nana ya no me tendría que acompañar a la cita, sólo iría a dejarme y a buscarme.


Y así fue. Pero lamentablemente, nada salió como en mis sueños. Llegué al salón de té, recuerdo, acicalada como nunca, y jamás llegó mi galán. Lo esperé más de una hora y me dejó echando raíces con una once completa para dos personas, que de puro picada me engullí entera. Y cuando ya estaba a punto de marcharme, divisé el lugar desierto y ahí recién entendí todo. Me acordé de que ese día se jugaba un importante partido entre Chile y Argentina y por eso no había nadie, y por lo mismo me habían dejado plantada. Luego mi propio galán me lo confirmó. Pero lo bueno fue que se sintió tan culpable, que para resarcirse terminó invitándome una once completa a la semana siguiente. Y no una cualquiera, sino una especial que traía, además de todo, chocolate, helado y churrasco.

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