domingo, 19 de julio de 2009

► Hasta que me bajó el instinto

Un par de semanas atrás, gracias a una pareja de amigos que hace poco son orgullosos padres de mellizos, con un amigo fuimos a hacer de niñeros por un rato. Dos guaguas exquisitas (un él y una ella) de un mes y medio de vida. Entre las 15:30 y las 17:30 horas estuve con “el Jose” durmiendo en mi pecho, tranquilito, rico el cabro. Mientras tanto, mi amigo sostenía a la hermana del Jose en igual situación. Entonces me bajó todo el instinto y, tras un par de miradas cómplices, risas, levantadas de cejas y algo de nerviosismo miré a mi amigo y le dije sin más: “Me gustaría ser guagua”. Bueno, no guagua 100% pero medio guagua sí, sobre todo en lo que al trato, cuidados y responsabilidades se refiere. Imagínense: conseguir cualquier cosa es muy fácil. ¿Tengo hambre? Para qué levantarme, ir a la cocina, abrir el refrigerador y cocinarme algo. Lloro y listo. ¿Ir al baño? Qué lata. Un, dos, tres… me mojé. Lloro y listo.


Si me quedo tranquila y no jorobo nunca “soy la guagua más tranquila y exquisita del mundo”. Y si me muevo mucho y me mato de la risa soy “la guagua más despierta y exquisita del mundo”. ¡Sería increíble si me ven tomar todo el copete y me felicitan! Y después, lo bueno. Una mano suave y cariñosa golpearía mi espalda para sacarme los chanchitos del vodka-tónica. Si esto ya sería bueno, lo mejor estaría por venir: me celebrarían los flatitos y, mientras más grandes, más risas sacaría. Díganme que no sería tierno. Estoy que lloro. Y no de emoción, sino porque con tanto combinado –perdón, quise decir relleno– me hice.


En serio, si fuera guagua estaría todo el día acostada en una cuna que vibra y me relaja, sin preocuparme del dividendo, el alza de la bencina cada jueves, el próximo eliminado de Pelotón VIP o las elecciones de diciembre. No tendría que salir de mi casa, porque todo el mundo me iría a ver y si levantara un dedo, esbozara una mueca de sonrisa, me tirara uno o se me saliera otro, todos reirían (si hago lo mismo grande, la cosa no tiene gracia, ¡cómo nos cambia la vida!).


Si mi sueño se hiciera realidad, estaría todo el tiempo jugando, comiendo o durmiendo, mientras el resto del mundo gira en torno a mí (como el móvil que miraría todo el día). ¿Me despertaron muy temprano para la papa? No importa. Después del trago, bien enguatado, se viene la tonta siesta. Y, por último, volvería a ser linda y a escuchar palabras como “qué niña más bonita, mira qué nariz más chiquitita, qué guagua más tierna”, y a ser besuqueada y abrazada por muchos. Siempre en pijama y rodeada de hombres. Un sueño.


Pero les advierto: Hoy, como mujer soltera que soy, eso es impracticable. No me dejo besar ni abrazar por desconocidos, así es que ni lo intenten. La guagua ya crecio.

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