lunes, 6 de julio de 2009

► Cambio de gustos

Cuento corto: en el 2004 el sexo oral era para mí lo más sorprendente que había creado la Divinidad, ahora no. En el 2004 un masaje en la espalda me excitaba, porque pensaba que de pronto las manos del individuo se acercarían a mis zonas más prohibidas, ahora no. En el 2004, también, quedarme conversando con un cigarro en la mano era como la guinda de la torta para una buena y reciente relación sexual, ahora no. Pero él, que fue mi novio también en ese año, dice que no puede ser que mis gustos hayan cambiado y que parezco otra persona. Que le complica que ahora me gusten otras cosas, que no sabe cómo empezar. Yo le digo que qué tanto escándalo. Cambió Michael de color, cambia y aumenta el agujero en la capa de ozono, Berlusconi cambia de amante a cada rato, cambian los resultados de las encuestas y no voy a cambiar yo. I’m sorry!!!


Me acuerdo que por esa época, otro de mis gustos decía relación con un tipo de besos, cortos y pequeños, que comenzaban a crecer en magnitud. Eso me gustaba. Muy de a poco hacía crecer ese beso hasta que se transformaba en un beso enorme con boca gigante. Cosas de una. Mientras más grande el beso, más grande eran mis ganas de amar hasta desfallecer. Pero bueno, eso tampoco me pasa ahora. A veces me gustan los besos pequeños y otras empezar con la boca abierta como si el mundo se fuera a acabar. Gustos que se van trasformando con los años, pero él insiste con ese beso que va de menos a más. Oye, gaio, -le trato de decir con telepatía- no seas tan cerrado, déjate llevar, si ese tipo de beso ya es pasado. Busquemos otras maneras. Hay otros besos ricos, yo te muestro.


Pero él siempre dice que no es posible, que uno se tiene que morir con los gustos, que es como cuando él era niño e iba a comer con su mamá a un restorán. ¿Qué tiene que ver la señora acá? No lo sé. ¿Es posible que la traiga hasta nuestra más profunda intimidad? En fin. Dice que a él le gustaba pedir cheesecake de postre y que aún le gusta pedir lo mismo, porque, según su raciocinio, uno lleva sus gustos sexuales a la tumba, y si no hay cheesecake él se amurra y no come postre. Entonces no puedo venir yo a cambiarle todo el panorama y bla bla bla. O sea, que me perdone, pero si ya no me gusta fumar ese cigarro “post-amor” es porque ya no fumo. Pero él, marqués de la flexibilidad, dice que también le molesta que si antes a mí me trastornaba que me hiciera sexo oral, ahora me guste, pero no me trastorne tanto como antes. ¡Pero si me trastornan miles de otras cosas!


Dice que lo hago para confundirlo. Pero a mí me parece que eso le viene de pura inseguridad y de cabro chico mañoso que es (cosa que me encanta). Su santa madre debiera haberlo obligado a comer banana splits, torta de chocolate o papaya por malcriado.


Hace unos meses una amiga me mandó un correo que hoy me hace ruido. Ella estaba afligida por algo que a mi parecer no era para afligirse y que se relaciona a mi conflicto actual-sexual con ese ser humano intolerante. Procedo transcribir parte de su correo: “Amiga, antes me gustaban algunas cosas en la cama que eran como el punto de partida para mi excitación. Era como matemático. Me gustaba que me dieran pequeños mordiscos en la nuca y así comenzaran a bajar con mordisquitos pequeños hasta la cola…Pero hace un año conocí a un gringo, le conté lo que me gustaba y lo hizo todo mal: me mordió demasiado fuerte el tarado. De ahí que me carga todo eso, soy capaz de boxear a quién me quiera morder algo…”


Bueno todo cambia, gaia, es muy entendible. Entonces ésta es la moraleja: “Los años y las experiencias van mutando los puntos de nuestra excitación”. Tras esta reflexión me fui pensando en todas esas cosas que me gustaban desde adolescente, como esos besos en el cuello que eran como lo más osado que uno podía hacer. Ahora me gustan las frases audaces e insolentes, me gusta que me toquen demasiado rato seguido, me gusta tocar también aunque estemos muriendo de deseo. Me gusta, después del sexo, prender la tele y ver mi canal favorito del cable. Me gusta cambiar de posición y que con sus manos inmovilice las mías. Me gusta el malcriado del cheesecake, tal vez por eso le aguanto tanto. Pero, malcriado, no te quedes ahí, no sé que me gustará en ocho años más.

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