domingo, 14 de junio de 2009

► Un exquisito orgasmo silencioso

El jueves fui con dos amigos a un pub y cerca de las dos de la mañana unos gritillos me alertaron. Y no era un violento asalto al interior del lugar, no, era una competencia súper especial en la mesa de atrás, donde tres chicas simulaban orgasmos y competían por quién lo hacía mejor. Gritonas las niñas. Escandalosas. El orgasmo fingido no es lindo. ¿Lo harán así en sus camas? No había como callar a esos jóvenes porcinitos. Pongámosle una manzana verde en la boca y no las escuchamos más.

Ese concurso me hizo pensar en esa manera tan “normada” de expresar nuestro orgasmo. O sea hay miles de maneras, pero siempre para hablar de orgasmo, se recurre a ese tantas veces escuchado: “ah, ah, ah, aaaah, ¡aaaaaah!”. Cada vez que veo representaciones de orgasmos en televisión, en obras de teatro o películas, todo el mundo se pone a gritar como Meg Ryan. Mientras más goce más grito. Es cómo “¡mírame!” “¡Estoy gritando, soy sexy!” “¡Y tengo buena impostación de voz!”
Pero, ¿y si lo hacemos con cautela y si nos quedamos calladitos sintiendo como nuestros cuerpos disfrutan? Porque mi cuerpo disfruta, pero no siempre me dan ganas de gemir. A veces bajo el volumen y respiro despacio, muy excitada, pero despacito. Es que me he dado cuenta que, extrañamente, mientras más contengo cierta energía y mientras más me concentro, siento más y mejor. Como si en vez de exportar mi felicidad la dejara para mi solita. Apuesto mi cabeza a que Meg Ryan no grita así en su casa.

Una vez fui a un motel bien decente. Mi pololo de ese entonces y yo estábamos acariciándonos muy apasionadamente y a punto de un esperado encuentro, cuando la desgraciada de la habitación del lado comenzó a chillar. De hecho, comenzó a pegarle a la pared al ritmo del sexo. En un principio pensé que estaba mal, que la estaban golpeando. Me la imaginaba en una esquina de la habitación resistiéndose a una golpiza. Hay tantas historias de crímenes en moteles. Porque además la tipa gritaba frases cariñosas como: “¡Te odio, %$(&%$!”, “¡Eres un */(%”#&!” o ”Lapídame”. Pero no, era de pura contenta. Cuando comenzó a reír, mi pololo y yo nos dimos cuenta que era el placer que la hacía gritar así. El placer es raro, pero diverso, y a ella le daba por odiar a la gente y pedir que la lapidaran, qué tanto, --cada loco con su tema!.

Este fin de semana, recibí con comidita y todo a mi galán en el depa. No obstante, antes de sentarnos a comer comenzamos a ser felices. Nos besamos sin pudor y nos tiramos al suelo ahí nomás, en la alfombra del living. ¿Qué quieren que les diga? Todo muy rico. Pero como al principio estábamos un poco nerviosos, porque la vez anterior no había resultado, nos aceleramos. Besos acelerados, caricias aceleradas, respiración acelerada. Entonces por un segundo pensé en las cabras gritonas del pub. En sus gemidos en progresión, en sus gritos. Entonces me concentré, sentí suavemente a mi galán, cerré mis ojos y disfruté.

Me lo merecía, lo más lógico hubiera sido dar un grito tan fuerte que se escuchara de acá hasta Campos de Hielo Sur, porque me sentía tan bien, pero no lo hice. Todo lo contrario, me contuve. Nada más elegante y dulce. Sólo nos miramos a los ojos sin gemir mucho ni nada. Casi en silencio total; uno de los mejores orgasmos de mi vida. Sin gritos ni desesperación, despacito. Meg Ryan no sabe lo que se pierde. Un orgasmo ardiente y placentero sin el más mínimo aullido.

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