jueves, 21 de mayo de 2009

► Hombre al agua

Los hombres suelen decir que las mujeres son aprehensivas, ultrasensibles, achacosas y unas hipocondríacas insuperables....bueno, pues no puedo estar más en desacuerdo; y no voy a sacar a relucir, en pro de mi argumento, que en la escala del dolor, el parto tiene el primer lugar. Para hacer las cosas más parejas dejemos de lado las contracciones, la dilatación y todo lo que implica traer al mundo un nuevo ser humano, incluso con cesárea, ya. Concesión que no es nada de menor.
Porque más allá del ranking de si a parir le gana o no el cálculo renal –realmente, botar una piedra por el conducto urinario debe ser como tener una guagua-, la ciática o una rotura de ligamentos en medio de la pichanga. Cuando se enferman, se transforman en seres intratables, peor que niños malcriados y más impacientes que el más cacho de los pacientes.

“Me siento pésimo”, “me duele toooooooodo”, “tú no sabes lo mal que me sientoooo”, son las frases que aparecen al primer estornudo (jajaja!!!) Ni hablar cuando se les inflama la garganta, aparecen los mocos, les lloran los ojos o sufren la desgracia de tener fiebre…¡Horror! ¡La vida se transforma en una mierda! Pobrecitos!!! -Nada les ayuda, nada los calma, no se les puede hablar, nadie los entiende y parece que en vez de un resfrío, padecieran de una enfermedad terminal.

Lo peor es que no se saca nada tratando de ayudarlos, porque odian ir al doctor y si uno osa pedir que un médico vaya a la casa, lo más probable es que desconfíen del diagnóstico y no se tomen los remedios. Para la que vive al lado, un calvario y con mayúscula.

Yo no sé si el antropólogo Ashley Montagu -que en su libro La superioridad natural de las mujeres, de 1953, postuló que los hombres eran una especie de “mujer incompleta” y que, en muchos aspectos, las mujeres somos biológicamente superiores- tenía razón. Más allá de ser bien avanzado y/o audaz en sus ideas el caballero, no sé si creo en esa máxima que dice “el sexo débil es el sexo fuerte”. Allá los científicos que se peleen por demostrarlo. Pero sí estoy segura de que en la vida cotidiana, y precisamente en cuanto a enfermedades cotidianas se trata –gripes, vómitos, diarreas o resacas varias-, los representantes del género masculino son unos exagerados en extremo.

Para más remate, en su caso el malestar físico trae aparejado un trastorno psicológico severo, se enojan y se sienten incomprendidos, maltratados y alegan sin parar. Nada los saca de su estado de debilidad y todo rebota en quien tienen al lado. Si no los pescas, eres una desalmada; si tratas de hacerles cariño llevándoles un guatero o una limonada, te estás riendo de ellos; si en un acto desesperado, llamas a tu suegra en el caso de tu marido, o a tu mamá si es tu hermano, no los quieres de verdad. Hagas lo que hagas, digas lo que digas, nada es suficiente. Presiento que lo que quieren es que uno se transforme en su madre, pero no en la actual, sino en el recuerdo que tienen de ella durante su infancia. Nos tratan de brujas y en ese momento quieren que hagamos magia. ¡Imposible! pero se trata.

Que nos traten de quejonas como el sinónimo moderno de los “neuróticas” o “histéricas” de los siglos XVIII o XIX, me importa un reverendo demonio. Porque no existe nadie más quejón, insoportable y lastimero que un hombre enfermo. Son como para hacerles “delete” mientras les dure la pana o como para los bingos de feria, cuando nadie tiene el número cantado por el animador, “¡Al agua!”. Pero en este caso, en vez del 2, el 17 o el 21, el grito sería …para el macho.

Idea: quieren que una se transforme en la mamá, pero una jamás querría que él, se transformara en el papá, que nos pescaba cero ¬¬

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